Cómo encontrar el equilibrio entre consumo y ahorro
Se dice que el ahorro es muy importante a la hora de gestionar la economía doméstica. Eso es cierto a medias, pero no del todo exacto. En realidad, lo importante es el binomio ahorro-consumo, pues las dos cosas van de la mano.
Para llevar una vida independiente, disponer de un hogar por alquiler o empleando tomando la decisión de calcular una hipoteca para adquirirla en propiedad, formar una familia o cuidar de un animal doméstico, y en general combinar los gastos de ocio con aquellos derivados de las responsabilidades diarios, hay que consumir.
Es un hecho que además cobra más peso en el sistema capitalista, donde muy pocas cosas son gratuitas y las empresas privadas tienen el control de numerosos sectores y ámbitos de la vida privada.
El binomio en cuestión no flota de manera autónoma sobre nosotros como si fuera algo ajeno, por lo tanto. Hay un contexto, y el contexto no es solo sistemático, sino situacional.
Dicho de otro modo, el contexto histórico y social en el que nos encontramos inmersos los ciudadanos españoles, y por extensión los habitantes de todo el planeta, es fundamental.
En nuestro caso concreto, a estas alturas resulta redundante señalar que no estamos viviendo precisamente una época de bonanza: el desempleo campa a sus anchas, el trabajo precario está en manos de unos pocos empresarios sin escrúpulos y los recortes en la Seguridad Social, en la sanidad más específicamente y también en la educación, nos complican la labor de trascender y de construirnos una vida propia.
¿Debemos por lo tanto renunciar definitivamente al verbo «ahorrar». No podemos negar que las cosas están complicadas, y que para muchas personas de clase obrera que subsisten como pueden a base de salarios miserables es literalmente imposible conseguirlo.
Sin embargo, siempre se puede hacer algo, y de hecho existen unas pautas generales de ahorro que toda persona puede seguir si es capaz de planificar y adaptarlas como pueda a su situación específica.
Porque consumir es, en efecto, una acción ineludible; pero dentro del acto en sí disponemos de un montón de opciones económicas que a lo mejor ni siquiera conocemos. Lo único que tenemos que hacer es investigarlas.
Eso significa que, en ningún caso, deberíamos arriesgarnos a consumir por impulso, tanto en lo que respecta a nuestras aficiones personales como en cuestiones más obligatorias.
En efecto, el sector privado campa a sus anchas, pero eso también significa que por regla general hay competitividad empresarial y, por extensión, diversidad de posibilidades. Es importante tomarnos nuestro tiempo en investigar qué empresas nos resultan más rentables y aprovechar las ofertas que más beneficios propios nos permitan general.
Esto se aplica a múltiples campos: desde una multinacional de electricidad para nuestras facturas de la luz, hasta un supermercado con precios más asequibles que los de los productos de otras marcas.
En el caso concreto de la alimentación, no solo importan los precios y las ofertas, sino también nuestra manera de gestionar los alimentos básicos.
Lo más inteligente es invertir en comidas de larga duración, como enlatados, congelados, arroces y pastas; es decir, productos alimentarios que nos cubran la necesidad de alimento durante varios días o incluso semanas.
Encontrar un equilibrio entre esta cuestión y la necesidad de establecer una dieta variada para no perjudicar nuestra salud es complicado, pero no imposible. En cualquier caso, llenar la cesta de la compra es un proceso de ensayo y error, y con el tiempo aprenderemos qué productos no necesitamos comprar muy a menudo y cuáles sí.
Establecer un presupuesto general es importante. Si además realizamos presupuestos específicos, como listados de facturación mensual, fondos de viajes, fondos de accidentes, alquileres y ocio, mucho mejor.
Además, deberíamos disponer siempre de una tabla de gastos extraordinarios, en la cual incluiríamos por ejemplo aquellos préstamos online o el porcentaje de ahorros que hemos tenido que coger para cualquier contingencia inesperada, como puede ser la rotura de un electrodoméstico o de un mueble de especial importancia, la subida de los gastos de agua, luz o internet, o un viaje inesperado por motivos familiares o de trabajo.
Consumir ahorrando es posible si sabemos ser pacientes e indagar para descubrir las alternativas que más se ajusten a nuestras necesidades monetarias concretas.